Entrevista en El Interpretador
Yo no escribo desde una postura. Escribo una situación, una trama, construyo eso. Si eso provoca una lectura moral o inmoral, no me importa demasiado. Trato de escribir con toda mi moralidad y toda mi inmoralidad. [ENTREVISTA COMPLETA]
Entrevista en El Interpretador
Yo no escribo desde una postura. Escribo una situación, una trama, construyo eso. Si eso provoca una lectura moral o inmoral, no me importa demasiado. Trato de escribir con toda mi moralidad y toda mi inmoralidad. [ENTREVISTA COMPLETA]
Hisotrias mínimas, sin máximas
Sin duda era la vieja guardia que se siente desplazada. No les gusta la cumbia del nuevo cine suburbano. Quizá con lo que estuve de acuerdo de lo que decían es que lo marginal no es un valor en sí mismo. Pero después de todo el cine argentino no puede no ser marginal, desde el momento en que somos un país al margen de los márgenes. Todos los argentinos somos marginales. Incluso la clase media acomodada es ahora una clase media desacomodada a golpes y a encerrones de corralitos bancarios.
La espera duró un rato, mientras la platea se iba llenando y crecía mi expectativa. Hace muchos años que Sorín no sacaba una película. Después de “Eterna sonrisa de New Jersey”, se quedó una década en silencio. Sé que escribió mucho pero no filmó. Así que cuando se apagaron las luces, yo ya estaba dispuesto a desintegrarme en la oscuridad y meterme en la historia, por más mínima que fuera. Y empezó y apareció la Patagonia.
Tres personajes se empezaron a mover por ese paisaje: una madre joven que gana una participación en un programa de la TV local donde se sortea una multiprocesadora, un viejo lúcido que busca su perro (y el perdón de su perro), y un viajante de comercio que lleva una torta de cumpleaños para el hijito (¿o hijita?) de una mujer de la que está enamorado. Los tres tienen que viajar más de trescientos kilómetros para alcanzar lo que quieren.
Sorín despliega la geografía, la distancia enorme. Y es un alivio que aparezca el paisaje argentino de manera tan poco artificiosa. Un alivio, después de tanto chalchalero en formación aeronáutica cantando frente a las Cataratas del Iguazú, tanta Reina del Paraná, tanto gaucho technicolor y bombo legüero en Purmamarca, en Cuyo, en los Valles Calchaquíes. Esa enfermedad nacional que no termina nunca, porque ahora los culos de Giordano eclipsan con su piel de gallina los grandes glaciares del Sur.
El paisaje en el cine argentino es casi siempre un problema. Los escenarios naturales se desnaturalizan hasta convertirse en cartón pintado por culpa de los diálogos de porteños sentenciosos, puestos ahí como recién aterrizados en paracaídas. Pero en Historias Mínimas, los personajes de Sorín no obstaculizan el paisaje con diálogos absurdos; los personajes son el paisaje y llevan dentro ese silencio. No se los puede sacar de la meseta amarilla, no se los puede sacar de ese viento que quema la cara, sin que dejen de ser ellos mismos.
La historia se va moviendo en autos, por la ruta vacía, o a paso de hombre, al ritmo de la steady-cam, con la delicadeza y la ternura de quien lleva un torta, con mucho cuidado, sin apuro por llegar. La película muestra esos pequeños gestos de amor que atraviesan enormes distancias, amenazados por la intemperie. Un cariño al que la aridez geográfica no logra derrotar. Gestos humanos que subsisten a la desolación como esos yuyitos verdes que se aferran a las piedras secas. Un muñequito de torta en la ciudad, no es más que eso, pero en la soledad del desierto se convierte en un tesoro.
La película podría haber caído en dos zonas peligrosas: confundir buenos sentimientos con buen cine, y empalagar con el cariño kitch. ¿Qué la salva de eso? El humor. Un humor constante que está en la mirada atenta, entrañable, asombrada y piadosa. No me acuerdo quién dijo eso de que Dios está en los detalles, pero es una buena manera de describir el modo en que la cámara elige aquí lo que quiere mostrar.
Ahora que los argentinos nos quedamos con la licuadora en la mano, bienvenidas sean las historias mínimas, bienvenido un cine sin máximas. Sorín, que ya es el Rey de la Patagonia, se abre paso solo, entre el enojo de la vieja guardia y la violencia de la nueva, y reaparece después de un largo silencio, con una película simple; una lección de humildad.
Pedro Mairal, octubre 2002
El Custodio
Desde hace algunos años el cine local se libró de los grandes diálogos de sobremesa, insoportables, al estilo Un lugar en el mundo, o Martín H, esos diálogos donde se definen posturas de vida, se confrontan ideologías, y todo está explicado y nada está traducido en imágenes o en actos. Y mucha gente confunde eso con “profundidad”. Ese cine teatral (en el peor sentido, digo), espero que vaya quedando atrás. [LEER COMPLETO]
El puntapié inicial
Sabrina Love – Capítulo 1 (en inglés)
By Pedro Mairal
Translated by Joanna Richardson
CHAPTER ONE
As the Sabrina Love Show had not yet started, Daniel zapped his way up and down the sixty channels of the illegally connected cable TV, letting the images flash past him. A newsreader, the bottom of the sea, some giraffes, a car chase, Venezuelan women talking, volcanic lava, the motorways at dawn in Spain, a man looking terrified, hands decorating a cake. Let us see th. You’ll never be able. Le plus belle du mon. Solute disaster. Allóra il vècchio. A great cut. The plains of. Stop it, Laura. A single story at full speed where the sun from the weather map shone on the documentary about lions in Kenya that were showing their teeth in exactly the same position as the American couple on the porn channel who were also showing their teeth and closing their eyes as though they wanted to forget the picture on the news of those Iraqis who were pointing their machine guns at the Argentinian goalie who fell to his knees and raised his arms because he knew he would be shot and saw his whole life in an instant starting with the cartoons he used to watch as a kid. A never-ending story that Daniel tried to speed up as though he could shorten the time until Sabrina Love’s programme. He only lingered over a couple kissing as they undressed in the blue shadow of a B movie, hoping to postpone the shot of the fireplace melting into the front of the building the next day where the actress was making a great effort to pull the sheets up to her neck.
La literatura después de la pantalla
por Pedro Mairal
Estamos viviendo -quién sabe hasta cuándo- dentro de la Era Televisiva. Cuando Colón pisó América en 1492, el mundo dejó de ser una tortuga sobre cuatro elefantes y pasó a tener forma de esfera. De la misma manera, cuando Neil Armstrong pisó la Luna en 1969, la tierra dejó de ser una esfera y pasó a ser un cubo, con forma de televisor. Millones de personas vieron por TV a los primeros astronautas caminar por la superficie lunar y en ese preciso instante comenzó todo este síndrome televisivo que hoy está en su momento de mayor expansión. La humanidad se quedó sentada en esa misma posición durante más de treinta años, y ahí sigue, desilusionada, con el control remoto en la mano y con la sensación de haberle encontrado el borde al universo.
La Generación Televisiva
Centrándome, ahora, en lo literario, podría plantear un par de preguntas: ¿cómo escribe una persona que tiene más horas vividas frente al televisor que frente a un libro? ¿Qué le hace la TV a los escritores? Voy a generalizar, a riesgo de equivocarme al convertir mis secuelas televisivas personales en aspectos compartidos por toda una generación.
El zapping borgeano
En su cuento tal vez más conocido, Borges (su personaje) encuentra, en el sótano de una casa de la calle Garay, un Aleph, una pequeña esfera brillante que contiene el universo. El infinito, la totalidad del espacio cósmico, puede verse en esa esfera, en simultáneo. Al transformar el Aleph en lenguaje, al recurrir a la enumeración caótica de imágenes, Borges se convierte, sin saberlo, en el precursor de la descripción de lo que es hacer zapping. Dice: “Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres)…” (es interesante recordar que Borges se estaba quedando ciego cuando escribió este cuento que puede ser leído como una elegía al sentido de la vista). Siempre me pareció que las enumeraciones de este cuento tienen algo del zapping que hacemos, ya entrada la madrugada, a la altura de los canales de documentales (“vi un cáncer en el pecho, (…) vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa…”) Si hacemos el experimento de describir lo que vimos luego de unas horas de TV, tendremos como resultado una enumeración no muy borgeana en lo lírico pero sí en lo caótico. Hoy en día todos tenemos enchufado en nuestros hogares un Aleph de 24 pulgadas, un Aleph doméstico y catódico, que nos muestra el universo.
La literatura involuntaria
Un amigo médico me explicó que, cuando leemos, los movimientos oculares son voluntarios, en cambio, cuando miramos TV, los movimientos oculares son involuntarios. Al parecer, los mamíferos miramos involuntariamente hacia el movimiento, el ruido y el color. Sin duda, la TV se puede resumir en esas tres cosas.
La musa aspiradora
Esa propuesta tiene su riesgo. Es difícil hoy en día no ser fagocitado por la musa aspiradora de los medios audiovisuales. Digámoslo al modo de Martín Fierro: toda historia que camina va a parar al proyector. El cine y la TV todo se lo tragan con la convicción implacable de que una historia tiene un mayor grado de existencia cuando es imagen que cuando es palabra. Esto resulta inaceptable para un escritor, pero para la mayoría de la gente es así, porque es mucha más la gente que va al cine que la que lee.
La infección comenzó inmediatamente después de la guerra napoleónica. Y se extendió con paso de gigante. En cientos de años en todas las grandes ciudades durante ocho meses al año, y en las ciudades pequeñas durante cuatro, y en los pequeños centros durante dos o tres semanas, miles, decenas de miles, cientos de miles de italianos fueron a la ópera. Y vieron tiranos asesinados, amantes suicidas, bufones magnánimos, monjas multíparas y toda clase de estupideces puestas ante sus ojos, en un remolino de botas de cartón, pollos asados de escayola, prime donne con la cara ahumada y diablos que salían del suelo haciendo muecas horribles. Todo esto sintetizado, sin pasajes psicológicos, sin desarrollo, todo desnudo, crudo, brutal e irrefutable.
(David Gilmour, Vida de Giuseppe di Lampedusa, Siruela, Madird, 1994, págs 115,116.)
Un sueño sugerido
Personalmente, tengo el privilegio de haber sido fagocitado por la musa aspiradora del cine, el enorme privilegio de ser uno de esos autores disconformes con la adaptación cinematográfica de su novela. Me resulta imposible hablar con objetividad sobre ese tema, porque en segundos paso del humilde agradecimiento a la soberbia del autor que se siente traicionado. Pierdo el juicio, me burlo del cine diciendo que es un arte menor que tiene apenas 100 años de vida al lado de los 3000 años que tiene la literatura; digo que la literatura es al cine lo que el erotismo es a la pornografía; digo que la película de mi novela es la versión para analfabetos, etc, etc. Lo cierto es que a mi novela la leyeron alrededor de 40 mil personas, y la película la vieron 250 mil personas en cine, solo en la Argentina, sin contar el video y los otros países donde se exhibe actualmente. Imposible competir contra eso. No nos corresponde a los escritores competir contra los medios masivos. Ni el mismo Shakespeare podía competir en su época contra las luchas de osos que se hacían a pocas cuadras del teatro.
El cine presta pero no regala
Con todo lo que me pasó, no logro diferenciar dónde empieza lo literario y dónde lo cinematográfico. No logro ordenar todo este intercambio, esta fusión, entre la palabra y la imagen. Digamos que la idea básica para “Una noche con Sabrina Love” se me ocurrió mientras miraba por tv a una hermosa señorita sorteando viajes al Caribe. Recuerdo que en un momento pensé: cuánto mejor sería si sorteara una noche con ella. Es decir que la semilla inicial de la novela salió de la pantalla.
Rancho satelital
He visto en distintos países de Latinoamérica casas muy precarias, casa frágiles de adobe o de chapa, con una antena satelital amurada a su costado, como un parásito extraterrestre. Uno se pregunta ¿cómo se verá la televisión allí adentro?, ¿cómo es el zapping de esa gente?, ¿cómo se interpretará en esa pobreza la información que envía la televisión?, ¿qué sueños y deseos se vuelcan en ese nuevo mundo de la pantalla?, ¿qué gana y qué pierde esa gente? Eso es algo sobre lo que me interesa escribir. Me interesa dar cuenta de la invasión de los medios hasta en el rincón más desolado y perdido del mundo.
(Daniel) Se fue acercando a una luz. De lejos notó que era un televisor. Junto a una casilla improvisada a un costado de la ruta había un puesto de sandías, miel, huevos y queso de campo. Lo atendía una mujer vieja de rostro guaraní con un sombrero de paja, que miraba de costado el televisor, sentada bajo un toldo de arpilleras raídas. Daniel saludó.
-¿Gusta algo? -preguntó la vieja.
-No gracias, voy de paso.
Ambos volvieron la vista al televisor. Los cascarudos revoloteaban alrededor de la luz intermitente, se pegaban a la pantalla y caminaban sobre la cara de la conductora del programa de entretenimientos. (…) El color estaba demasiado fuerte. Daniel le dijo:
-¿No quiere sacarle un poco de color?
-¿El qué?
-El color -dijo Daniel y le acomodó la perilla hasta normalizar los colores.
-No -dijo la vieja-, póngalo como estaba que mi hijo capaz que se enoja. Yo no le sé los botones. Él me lo enciende de mañana y lo apaga de noche cuando me viene a buscar.
Daniel le volvió a subir los colores. Comprendió que la mujer lo prefería así, cuanto más saturada estuviera la imagen de color, más le gustaba.
-¿Y no cambia nunca de canal? -preguntó Daniel.
-No.
-¿Y no quiere que le enseñe?
-No -dijo la vieja-, así no más está bien.
Daniel se acordó de cuando miraba televisión con su abuela. Él cambiaba tan seguido de canal, que ella mezclaba los hilos narrativos de las distintas películas y tejía su propia historia que tenía la virtud de ser siempre feliz, porque cuando después de un rato de estar frente a la pantalla, aparecía una escena de risas o abrazos o declaraciones de amor, ella se levantaba y decía “Qué lindo como terminó”, dejándolo a Daniel perplejo, preguntándose cómo habría sido la historia que había armado su abuela.
Se despidió de la vieja y se internó de nuevo en esa oscuridad que parecía estar fuera del mundo.
(Una noche con Sabrina Love, página 46, Anagrama, Barcelona, 2001)
El hombre invisible
Un periodista me preguntó hace poco si con la adaptación de mi novela al cine se me había cumplido un sueño. Le dije que no, le dije que si mi sueño fuera ver mis historias llevadas al cine, me dedicaría a escribir guiones. No me creyó. A la gente le cuesta creer que uno prefiera las palabras, que uno prefiera la invisibilidad. Nunca me sentí más invisible que el día de la avant premiere del film basado en mi novela. Mis personajes se fueron corporizando, emanando de mis palabras a medida que yo me transparentaba. Sabrina Love (encarnada por la actriz Cecilia Roth) aparecía en los afiches de la calle, en la tapa de la nueva edición de mi libro, después daba notas en la entrada del cine y a mí nadie me saludaba, después aparecía gigante en la pantalla diciendo cosas que yo no le había hecho decir, saliéndose de mi historia, viviendo nuevas situaciones fuera de mi novela, porque ya no me necesitaba, vivía por su cuenta, y poco le faltaba para decir que había soñado una cosa ridícula, que había soñado que era el personaje de una novela de un autor ignoto, poco faltó para que dijera eso y yo terminara transparentándome en la butaca hasta desaparecer.
A literatura após a tela
Estamos vivendo – quem sabe até quando- dentro da Era Televisiva. Quando Colombo pisou a América em 1492, o mundo deixou de ser uma tartaruga sobre quatro elefantes e passou a ter a forma de esfera. Da mesma forma, quando Neil Armstrong pisou a Lua em 1969, a terra deixou de ser uma esfera e passou a ser um cubo, com forma de televisor. Milhões de pessoas viram pela TV os primeiros astronautas caminharem pela superfície lunar e nesse preciso instante começou toda esta síndrome televisiva que hoje está em seu momento de maior expansão. A humanidade ficou sentada nessa mesma posição durante mais de trinta anos, e aí continua, desiludida, com o controle remoto na mão e com a sensação de ter encontrado o limite do universo.
A Geração Televisiva
Centrando-me, agora, no literário, poderia apresentar algumas perguntas: Como escreve uma pessoa que tem mais horas vividas diante do televisor que diante de um livro? O que a TV faz com os escritores? Vou generalizar, com o risco de equivocar-me ao converter minhas seqüelas televisivas pessoais em aspectos compartilhados por toda uma geração.
O zapping borgeano
No seu conto talvez mais conhecido, Borges (seu personagem) encontra, no porão de uma casa da rua Garay, um Alef, uma pequena esfera brilhante que contém o universo. O infinito, a totalidade do espaço cósmico, pode ser vista nessa esfera, de forma simultânea. Ao transformar o Alef em linguagem, ao recorrer à enumeração caótica de imagens, Borges se converte, sem o saber, no precursor da descrição do que é fazer zapping. Diz: “Vi o imenso mar, vi a alba e a tarde, vi as multidões da América, vi uma teia de aranha prateada no centro de uma negra pirâmide, vi um labirinto partido (era Londres)…” (é interessante recordar que Borges estava ficando cego quando escreveu este conto que pode ser lido como una elegia ao sentido da visão). Sempre me pareceu que as enumerações deste conto têm algo do zapping que fazemos, já bem de madrugada, à altura dos canais de documentários (“vi um câncer no seio, (…) vi todas as formigas que existem na terra, vi um astrolábio persa…”) Se fazemos a experiência de descrever o que vimos após algumas horas de TV, teremos como resultado uma enumeração não muito borgeana no lírico mas sim no caótico. Hoje em dia todos temos ligado nos nossos lares um Alef de 24 polegadas, um Alef doméstico e catódico, que nos mostra o universo.
A literatura involuntária
Um médico amigo me explicou que, quando lemos, os movimentos oculares são voluntários, por outro lado, quando assistimos à TV, os movimentos oculares são involuntários. Aparentemente, os mamíferos olhamos involuntariamente para o movimento, para o ruído e para a cor. Sem dúvida, a TV pode ser resumida nessas três coisas.
A musa aspiradora
Essa proposta tem seu risco. É difícil hoje em dia não ser engolido pela musa aspiradora dos meios audiovisuais. Digamos à maneira de Martín Fierro: toda história que caminha vai parar no projetor. O cinema e a TV engolem tudo com a convicção implacável de que uma história tem mais chance de existência quando é imagem que quando é palavra. Isto se torna inaceitável para um escritor, mas para a maioria das pessoas é assim, porque é muito maior a quantidade de gente vai ao cinema do que a quantidade de gente que lê.
A infecção começou imediatamente depois da guerra napoleônica. E se estendeu com passos de gigante. Em centenas de anos em todas as grandes cidades durante oito meses por ano, e nas cidades pequenas durante quatro, e nos pequenos centros durante duas ou três semanas, milhares, dezenas de milhares, centenas de milhares de italianos foram à ópera. E viram tiranos assassinados, amantes suicidas, bufões magnânimos, freiras multíparas e todo tipo de estupidezes postas diante de seus olhos, em um redemoinho de botas de papelão, frangos assados de escaiola, prime donne com a cara esfumada e diabos que saíam do chão fazendo caretas horríveis. Tudo isto sintetizado, sem passagens psicológicas, sem um desenrolar, tudo nu, cru, brutal e irrefutável.
Um sonho sugerido
Pessoalmente, tenho o privilégio de ter sido engolido pela musa aspiradora do cinema, o enorme privilégio de ser um desses autores descontentes com a adaptação cinematográfica de seu romance. É impossível para mim falar com objetividade sobre esse assunto, porque em segundos passo do humilde agradecimento à soberba do autor que se sente traído. Perco o juízo, zombo do cinema dizendo que é uma arte menor que tem apenas 100 anos de vida ao lado dos 3000 anos que tem a literatura ; digo que a literatura é para o cinema o que o erotismo é para a pornografia; digo que o filme do meu romance é a versão para analfabetos, etc, etc. A verdade é que ao redor de 40 mil pessoas leram o meu romance, e o filme foi visto por 250 mil pessoas no cinema, somente na Argentina, sem contar o vídeo e os outros países nos quais se exibe atualmente. Impossível competir contra isso. Não cabe a nós, escritores, competir com os meios de massa. Nem o próprio Shakespeare podia competir na sua época com as lutas de ursos que se faziam a poucas quadras do teatro.
O cinema presta mas não presenteia
Com tudo o que me aconteceu, não consigo diferenciar onde começa o literário e onde começa o cinematográfico. Não consigo organizar todo este intercâmbio, esta fusão, entre a palavra e a imagem. Digamos que a idéia básica para “Uma noite com Sabrina Love” me ocorreu enquanto assistia na TV a uma linda garota sorteando viagens ao Caribe. Recordo que em um determinado momento pensei: Quanto melhor seria se sorteasse uma noite com ela. Isto é , a semente inicial do romance saiu da tela da TV.
Casebre satelital
Vi em diferentes países da América Latina casas muito precárias, casas frágeis de adobe ou de zinco, com uma antena satelital presa a um lado, como uma parasita extraterrestre. A gente se pergunta: como se verá a televisão ali dentro? Como é o zapping dessa gente? Como, nessa pobreza, a informação que a televisão envia será interpretada? Que sonhos e desejos se derramam nesse novo mundo da tela? O que ganha e o que perde essa gente? Isso é algo sobre o que me interessa escrever. Interessa-me perceber a invasão dos meios até no lugar mais desolado e perdido do mundo.
(Daniel) Foi se aproximando de uma luz. De longe notou que era un televisor. Junto a uma casinha improvisada na beira da estrada havia uma vendinha de melancias, mel, ovos e queijo de campo. Era atendida por uma mulher velha de feições guaranis com um chapéu de palha, que olhava de lado o televisor, sentada sob um toldo de aniagem puída . Daniel cumprimentou-a.
– Quer alguma coisa ? – perguntou a velha.
– Não, obrigado. Estou de passagem.
Ambos viraram-se em direção ao televisor. Os cascudos esvoaçavam ao redor da luz que piscava, grudavam-se na tela e caminhavam sobre a cara da condutora do programa de entretenimentos. (…) A cor estava forte demais. Daniel lhe disse:
– Não quer tirar um pouco da cor?
– O quê?
– A cor – disse Daniel e lhe acomodou o botão até normalizar as cores.
– Não – disse a velha -, ponha como estava que meu filho pode ficar zangado . Eu não conheço l os botões. Ele liga de manhã e apaga de noite quando vem me buscar.
Daniel voltou a subir as cores. Compreendeu que a mulher o preferia assim, quanto mais saturada de cores estivesse a imagem , mais lhe agradava.
– E não troca nunca de canal? – perguntou Daniel.
– Não.
– E não quer que lhe ensine?
– Não – disse a velha -, assim mesmo está bem.
Daniel se lembrou de quando olhava televisão com sua avó. Ele trocava de canal tão seguido, que ela misturava os fios narrativos dos diferentes filmes e tecia sua própria história que tinha a virtude de ser sempre feliz, porque quando, depois de estar um tempo frente à tela, aparecia uma cena de risos ou abraços ou declarações de amor, ela se levantava e dizia “Que lindo como terminou”, deixando Daniel perplexo, perguntando-se como teria sido a história que havia armado sua avó.
Despediu-se da velha e se meteu de novo nessa escuridão que parecia estar fora do mundo.
(Uma noite com Sabrina Love, página 46, Anagrama, Barcelona, 2001)
O homem invisível
Um jornalista me perguntou há pouco se, com a adaptação do meu romance para o cinema, eu havia concretizado um sonho. Disse-lhe que não, disse-lhe que se meu sonho fosse ver minhas histórias levadas ao cinema, eu me dedicaria a escrever roteiros. Não acreditou em mim. As pessoas custam a acreditar que a gente prefere as palavras, que a gente prefere a invisibilidade. Nunca me senti tão invisível como no dia da avant-première do filme baseado no meu romance. Meus personagens foram se corporificando, emanando de minhas palavras à medida que eu ia ficando transparente. Sabrina Love (encarnada pela atriz Cecília Roth) aparecia nos cartazes da rua , na capa da nova edição do meu livro, depois dava entrevistas na entrada do cinema e a mim ninguém me cumprimentava, depois aparecia gigante na tela dizendo coisas que eu não lhe tinha feito dizer, saindo-se da minha história, vivendo novas situações fora de meu romance, porque já não precisava de mim, vivia por sua conta, e pouco lhe faltava para dizer que tinha sonhado uma coisa ridícula, que tinha sonhado que era o personagem de um romance de um autor ignoto, pouco faltou para que dissesse isso e eu terminasse ficando transparente na poltrona até desaparecer.
Consumidor Final – Francés
Pedro Mairal, Consumidor
final, Buenos Aires, Bajo la luna nueva, 2003.
fraîche,
dans le verbe rance,
parole.
judéochrétien ;
poussière de l´air castillan.
adjectif,
l´empire
que je dis
fertilité
planetairement
toilettes
grandes pièces
scintillent
fleuristes policiers
nocturne
celui que je suis.
jour
nuque
qu´il sait,
le foot,
oreilles
ciseaux
sceau.
couleuvre,
noir,
n´est-ce pas trop?
plus que cela?
des murs
verbe
mercredi
naturel, poète cosmique
les mots
appartement dans le noir?
d´encre la nuit
embaumée
image
six sans sommeil?
cosmogonie,
ombre.
elle se dessine
penche
la nuque,
quotidienne.
photo
sourire
dit alors
couteau
joncs et de saules
cheveux
secouées de rire ?
poubelles
?
feuillage,
jours,
accord
maison ?
sont mauvaises
lentement
la maison
caché
gelées
goutte à goutte,
ciel
Disco l’achètent,
sac, fait peser
fromage,
caisse, où on a lu
un autre sac en plastique,
policiers,
plan de travail.
sacs,
pesticide,
la tuer,
mâchoires et langue
morte,
d’intermédiaires
rêve ambré
parfumait le vent.
trop chère,
chère,
destination
ressusciter.
autre époque.
animale,
d’attente,
billets,
semblable,
cœur
patrie,
physique,
d’identification fiscale,
gardes ma place ?
son absence,
file d’attente,
fatigué,
cheval,
de l’Assemblée,
écrasé
main,
poches,
retrouvé au guichet,
défaillant,
imprudent,
d’attente.
finale,
?
poussons
clinquants
infinies,
quartiers de gondoles,
consumation,
douce,
caddies à ras bord,
fois pour toutes,
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