Mairal y sus mujeres
Si apoyara las manos en el piso sería más fácil, pero la mayor prefiere incorporarse sólo con el impulso de sus piernas, enmarcadas en una faldita escocesa que no se sabe si es roja o verde porque la foto está en blanco y negro. La del medio es rubia como su hermana, pero lleva el pelo más corto y sin adornos. Está detenida en la conciencia plena y grave de sus obligaciones, y con los labios apretados reúne la entereza que necesita para hacer lo que está por hacer: levantar al hámster.
El hámster no llega a los dos años, tiene puesto un conjuntito blanco y es el único que todavía mira hacia la cámara. Lleva la frente despejada y parece preocupado por las intenciones de ese aparato que fue capaz de mantener a sus hermanas tan erguidas y en silencio unos minutos atrás.
Debería haber una foto previa. La foto de verdad, para la que fueron a posar. Pero Pedro Mairal no sabe si existe. Le gusta y le intriga que su mamá haya elegido enmarcar el momento que no era, y que hoy él tiene en uno de los estantes de la desbordante biblioteca de su departamento.
Como tantos otros padres, el suyo llegaba de noche y se iba de día, por lo que en su vida de niño eran él, sus hermanas, su madre y Rosa, la mucama paraguaya. Era ser el muñeco de verdad, o el “hámster de laboratorio” de dos niñas rubias que le enseñaron a leer y a escribir cuando convinieron que ya estaba en edad. Era ir y venir a todos lados con su mamá, que a veces lo usaba como tarjeta de estacionamiento. Era bailar Sandro con Rosa, y usar su peluca de rulos largos y negros para disfrazarse como un Kiss y ganar el primer lugar. Era ver tirones de mechas y toallitas y no entender para qué servían los aplicadores y acostumbrarse a ver bombachas colgadas de la canilla.
¿Era saber un poco más sobre las chicas que otros chicos?
Pero lograr credibilidad como mujer va más allá de lo que le conviene a una historia…
Mairal dice que los seudónimos son una especie de máscara que le da mucha libertad, pero que se agotan rápido. El primero en caer fue Ramón Paz, autor de los Pornosonetos, porque alguien lo reveló en un blog. Adriana Battu alcanzó a escribir un cuento en la antología Historias de mujeres infieles, y hasta tuvo pretendientes que le escribían a Mairal pidiéndole su mail “No sé qué habrán pensado cuando se enteraron, porque yo no contestaba…”
Te tiro personajes y vos me hablás sobre ellos.
¿Van a ser todas mujeres?
Sí
A ver…
La Maga.
La Maga… Tiene como un aura de belleza, una cosa misteriosa. No me pasó de enamorarme de ella como sí le pasó a muchos lectores. Pero me gusta; me gusta la idea de los amantes que se encuentran por casualidad en la calle. Parece morocha, ¿no? No sé si Cortázar lo dice en algún lado. Y está muy lograda. En un momento Horacio tiene un amorío con una mujer que se llama Pola, y la maga lo mira bañarse cuando vuelve de estar con ella; lo mira con rayos X, se da cuenta que se está sacando a Pola de encima con la esponja. Es de las mujeres más creíbles. Además es uruguaya, entonces está siempre desplazada, como fuera de foco.
Ah… Está muy bien la insatisfacción de Madame Bovary. Es una mujer de country: consigue irse con Charles a vivir al country y después empieza a darle al profe de tenis. Para los hombres era más fácil tener aventuras en esa época, y Flaubert vio muy bien lo que le pasaba a las mujeres. Me gusta el arrojo de Madame Bovary, pero me impresiona un poco el desapego de la hija.
Molly Bloom, del Ulises de Joyce
Ese para mí es el caso mejor escrito de psicología femenina. Además contrasta tanto con el resto del libro, porque a pesar de que Leopold Bloom diga que es el único hombre que menstrúa, todo el Ulises es muy masculino, con tipos que deambulan por la ciudad y hablan y hablan. Pero cuando llega finalmente el capítulo de Molly, de pronto se desata un río de palabras. Está tirada en la cama, le acaba de meter los cuernos a Bloom ahí mismo, y todavía siente que tiene encima a Boylan, su amante. Tiene el perfume de él, se acuerda de todo lo que le hizo… Es increíble cómo está escrito. De hombres escribiendo como mujeres, es lo que más me gusta.
María Valdés, la tuya.
Le pasa toda la historia argentina por encima. En ese retroceso histórico me interesaba que pasara por la vida de sus antepasados. De la madre primero, cuando se pone su vestido. Después empieza a trabajar de enfermera, como su abuela, y luego se va volviendo pelirroja. Ella cree que es porque el agua tiene mucho óxido, pero es porque se va volviendo más irlandesa, como su bisabuela. Hay un momento que me gustó mucho escribir, que es cuando ella se peina. Se baña en un fuentón, se tira agua encima y siente esa cascada de pelo largo que viene descendiendo de generación en generación. La maltrato mucho a María, pero después la protegí: al final queda enseñando en un colegio, no se sabe bien dónde… Con el pelo corto y renga, pero a salvo.
Mairal propone otro personaje: Natalia, de la novela Miss Tacuarembó de Dani Umpi: “Es una chica que cuenta su paso por un concurso de modelos, y su trabajo como promotora de perfumes en un Shopping. Es una voz femenina muy auténtica; describe bien ese mundo del consumo y hasta es capaz de encontrar el perfume para cada uno, incluso el perfume que usaría Jesús”.
Hoy Mairal no está pensando en literatura. Escribe una columna semanal para Perfil, entrevistó a Emme para Brando y escribió una crónica sobre un viaje en camión que lo llevó a La Pampa, Entre Ríos y Santa Fe. Le gusta su nueva incursión en el periodismo; dice que le saca la libido de escritura con la misma eficacia que la literatura, a la que por ahora no extraña ni necesita, porque para Mairal no hay géneros menores.